Miércoles al azar
Huyendo del son de las primeras lecciones con la tibia doble, me encontré a Augusto, muy bien escondido en su templo, jugando una partidita de dados con algunos parientes de los Baebios Saguntinos. Hacía poco que habían regresado de visitar el nuevo templo de Asclepios en Valentia y de haber disfrutado de un magnífico festín con la Helena de los banquetes como invitada principal. En un alto en la partida Baebius Myrismus recordaba la generosidad de Aemilius Daphnus y lo hermosas que eran las Termas de Murgi, en las que pudo descansar a su vuelta del Secundum Iter Archaeologicum. ¡Eran dignas del helénico Prometeo! decía, mientras tomaba de nuevo los dados musitando el favor de un Hércules muy pop… Otro de los jugadores, el anciano Lucius Tadius, refunfuñaba contra las nuevas formas en la Odisea, recordando con lágrimas en los ojos cómo era escuchar los versos de Homero en boca de un aedo. Mientras, en el exterior, se oía a un grupo de jóvenes entonando una nueva versión del “in schola quando sumus”… “Venus, Venus,…” murmuraba un cuarto jugador, un magister mathematicus con corazón humanista, emparentado con la prolija gens classica, y que, desde luego, continuaba estudiando la filosofía de Aristóteles entre tirada y tirada…
Acabada la partida sin un claro vencedor, acompañé a los jugadores camino de las Termas, a las que llegaban sin obstáculos las Aquae Antiquae… La conversación seguía cordialmente, hablando en latín, claro está. No se imaginaba el mismísimo Augusto en qué convertirían la lengua de Virgilio los Germanos del XIX…
Anochecía ya en las lejanas villas y los mandatos de Zeus, escritos con el rayo en la Agenda MMX-MMXI de las Hespérides, retumbaban bajo mi petaso como disonantes sones de la tibia doble de un Fauno tonante. Sin deseos de partir, me alejé de la compañía de jugadores tan sabios como cierto joven vikingo, conocido hasta por los griegos. Joven que sin duda se habría sumado a la gens que marchó de vacaciones con los Referentes embebidos en su espíritu…
Acabada la partida sin un claro vencedor, acompañé a los jugadores camino de las Termas, a las que llegaban sin obstáculos las Aquae Antiquae… La conversación seguía cordialmente, hablando en latín, claro está. No se imaginaba el mismísimo Augusto en qué convertirían la lengua de Virgilio los Germanos del XIX…
Anochecía ya en las lejanas villas y los mandatos de Zeus, escritos con el rayo en la Agenda MMX-MMXI de las Hespérides, retumbaban bajo mi petaso como disonantes sones de la tibia doble de un Fauno tonante. Sin deseos de partir, me alejé de la compañía de jugadores tan sabios como cierto joven vikingo, conocido hasta por los griegos. Joven que sin duda se habría sumado a la gens que marchó de vacaciones con los Referentes embebidos en su espíritu…
(Fragmento escogido al azar del diálogo “Los Sueños de Hermes” )
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